El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la
primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes
religiosos: “¡Cuidado con los letrados!”, su
comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus
discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente
sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.
Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.
La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen
“largos rezos” para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan
por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven
aprovechándose de las personas débiles a las que deberían servir.
Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas
que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para
poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.
En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las
ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que
sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que
echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.
Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de
olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, “ha
echado todo lo que tenía para vivir”. Mientras los letrados
viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende de todo por
los demás, confiando totalmente en Dios.
Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza
grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario,
sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro.
Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.
También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia.
No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen
vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender
los presbíteros y obispos.
José Antonio Pagola
11 de noviembre de 2012
32 Tiempo ordinario (B)
Marcos 12, 38-44
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