EL RETO DE LA PASTORAL INCULTURADA.
Juan Pablo II, Discurso a los indígenas en
Quetzaltenango, Guatemala (9 marzo 1983):
Vuestras culturas indígenas son riqueza de los pueblos, medios eficaces
para transmitir la fe, vivencias de vuestra relación con Dios, con los hombres
y con el mundo. Merecen por tanto, el máximo respeto, estima, simpatía y apoyo
por parte de toda la humanidad. Esas culturas, en efecto, han dejado monumentos
impresionantes –como los de los mayas, aztecas, incas y tantos otros- que aún
hoy contemplamos asombrados.
Documento de
Aparecida (2007):
La riqueza y la
diversidad cultural de los pueblos de América Latina y El Caribe resultan
evidentes. Existen en nuestra región diversas culturas indígenas,
afroamericanas, mestizas, campesinas, urbanas y suburbanas. Las culturas
indígenas se caracterizan, sobre todo, por su apego profundo a la tierra y por
la vida comunitaria, y por una cierta búsqueda de Dios (No 56).
Los indígenas
constituyen la población más antigua del Continente. Están en la raíz primera
de la identidad latinoamericana y caribeña... De todos estos grupos y de sus
correspondientes culturas se formó el mestizaje que es la base social y
cultural de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños (No. 88).
Ya, en Santo
Domingo, los Pastores reconocíamos que “los
pueblos indígenas cultivan valores humanos de gran significación”; valores
que “la Iglesia defiende... ante
la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifiestas en la sociedad
moderna”; “son poseedores de
innumerables riquezas culturales, que están en la base de nuestra identidad
actual”; y, desde la perspectiva de la fe, “estos valores y convicciones son fruto de ‘las semillas del Verbo’,
que estaban ya presentes y obraban en sus antepasados” (No. 92).
Entre ellos podemos
señalar: “Apertura a la acción de Dios
por los frutos de la tierra, el carácter sagrado de la vida humana, la
valoración de la familia, el sentido de solidaridad y la corresponsabilidad en
el trabajo común, la importancia de lo cultual, la creencia en una vida ultra
terrena”. Actualmente, el pueblo ha enriquecido estos valores ampliamente
por la evangelización, y los ha desarrollado en múltiples formas de auténtica
religiosidad popular (No. 93).
La Iglesia agradece a todos
los que se ocupan de la defensa de la vida y del ambiente … Valora
especialmente a los indígenas por su respeto a la naturaleza y el amor a la
madre tierra como fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano
(No. 472).
Juan
Pablo II, Discurso a los indígenas en Quezaltenango, Guatemala, (9 marzo 1983):
En vosotros abrazo y saludo a todos los indígenas y catequistas
que viven en los diversos lugares de Guatemala, de Centroamérica y de toda
América Latina. Para todos mi afecto; para todos mi oración, mi respaldo, mi
solidaridad y mi bendición.
Juan Pablo II, Discurso a los
representantes de los pueblos amerindios, en Santo Domingo, República
Dominicana (12 octubre 1992):
En esta conmemoración del V Centenario, deseo
repetir cuanto os dije durante mi primer viaje pastoral a América Latina: “El
Papa y la Iglesia
están con vosotros y os aman: aman vuestras personas, vuestra cultura, vuestras
tradiciones; admiran vuestro maravilloso pasado, os alientan en el presente y
esperan tanto en el porvenir”. Por eso, quiero también hacerme eco y portavoz
de vuestros más profundos anhelos. Sé que queréis ser respetados como personas
y como ciudadanos. Por su parte, la
Iglesia hace suya esta legítima aspiración, ya que vuestra
dignidad no es menor que la de cualquier otra persona o raza. La fe supera las
diferencias entre los hombres. La fe y el bautismo dan vida a un nuevo pueblo:
el pueblo de los hijos de Dios. Sin embargo, aún superando las diferencias, la
fe no las destruye sino que las respeta. La unidad de todos nosotros en Cristo
no significa, desde el punto de vista humano, uniformidad. Por el contrario,
las comunidades eclesiales se sienten enriquecidas al acoger la múltiple diversidad
y variedad de todos sus miembros.
La Iglesia, que durante estos
quinientos años os ha acompañado en vuestro caminar, hará cuanto esté en su
mano para que los descendientes de los antiguos pobladores de América ocupen en
la sociedad y en las comunidades eclesiales el puesto que les corresponde.
Documento de Santo
Domingo (1992):
La Iglesia defiende los
auténticos valores culturales de todos los pueblos, especialmente de los
oprimidos, indefensos y marginados, ante la fuerza arrolladora de las estructuras
de pecado manifiestas en la sociedad moderna (243).
Desafíos pastorales: La importancia de profundizar un diálogo con las
religiones no cristianas presentes en nuestro continente, particularmente las
indígenas y afroamericanas, durante mucho tiempo ignoradas o marginadas. La
existencia de prejuicios e incomprensiones como obstáculo para el diálogo (137).
Para intensificar el diálogo interreligioso, consideramos importante:
Alentar un cambio de actitud de nuestra parte, dejando atrás prejuicios
históricos, para crear un clima de confianza y cercanía... Buscar ocasiones de
diálogo con las religiones afroamericanas y de los pueblos indígenas, atentos a
descubrir en ellas las “semillas del Verbo”, con un verdadero discernimiento
cristiano, ofreciéndoles el anuncio integral del Evangelio y evitando cualquier
forma de sincretismo religioso (138).
Benedicto XVI,
en la Audiencia
General del 16 de mayo de 2007, después de Aparecida:
Ciertamente el
recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la
obra de evangelización del Continente latinoamericano: no es posible olvidar
los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las
poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales.
Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables —por lo demás
condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por
teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de
Salamanca— no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha
llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos
siglos.
Documento de Aparecida (2007):
Los indígenas y
afroamericanos son, sobre todo, “otros” diferentes, que exigen respeto y
reconocimiento. La sociedad tiende a menospreciarlos, desconociendo su
diferencia. Su situación social está marcada por la exclusión y la pobreza. La Iglesia acompaña a los
indígenas y afroamericanos en las luchas por sus legítimos derechos (No. 89).
Esto nos debería
llevar a contemplar los rostros de quienes sufren. Entre ellos, están las
comunidades indígenas y afroamericanas, que, en muchas ocasiones, no son
tratadas con dignidad e igualdad de condiciones (No. 65).
Reconocemos el don
de la vitalidad de la Iglesia
que peregrina en América Latina y El Caribe, su opción por los pobres… Alabamos
al Señor porque ha hecho de este Continente un espacio de comunión y
comunicación de pueblos y culturas indígenas. También agradecemos el
protagonismo que van adquiriendo sectores que fueron desplazados: mujeres,
indígenas… (No. 128).
La globalización
hace emerger, en nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres. Con especial
atención y en continuidad con las Conferencias Generales anteriores, fijamos
nuestra mirada en los rostros de los nuevos excluidos: … los indígenas,
campesinos sin tierra y los mineros. La Iglesia, con su Pastoral Social, debe dar acogida
y acompañar a estas personas excluidas en los ámbitos que correspondan (No.
402).
Como discípulos y
misioneros al servicio de la vida, acompañamos a los pueblos indígenas y
originarios en el fortalecimiento de sus identidades y organizaciones propias,
la defensa del territorio, una educación intercultural bilingüe y la defensa de
sus derechos. Nos comprometemos también a crear conciencia en la sociedad
acerca de la realidad indígena y sus valores, a través de los medios de
comunicación social y otros espacios de opinión. A partir de los principios del
Evangelio apoyamos la denuncia de actitudes contrarias a la vida plena en
nuestros pueblos originarios, y nos comprometemos a proseguir la obra de
evangelización de los indígenas, así como a procurar los aprendizajes
educativos y laborales con las transformaciones culturales que ello implica
(No. 530).
Juan Pablo II, Discurso a los
indígenas en Quetzaltenango, Guatemala (9 marzo 1983):
Pido a los gobernantes, en nombre de la Iglesia, una legislación
cada vez más adecuada que os ampare eficazmente de los abusos y os proporcione
el ambiente y los medios adecuados para vuestro normal desarrollo.
Juan Pablo II, Discurso a los
representantes de los pueblos amerindios, en Santo Domingo, República
Dominicana (12 octubre 1992):
La Iglesia alienta a los
indígenas que conserven y promuevan con legítimo orgullo la cultura de sus
pueblos: las sanas tradiciones y costumbres, el idioma y los valores propios.
Al defender vuestra identidad, no sólo ejercéis un derecho, sino que cumplís
también el deber de trasmitir vuestra cultura a las generaciones venideras,
enriqueciendo de este modo a toda la sociedad.
La
tutela respeto de las culturas, valorando todo lo que de positivo hay en ellas,
no significa, sin embargo, que la
Iglesia renuncia a su misión de elevar las costumbres,
rechazando todo aquello que se opone o contradice la moral evangélica.
Elemento central en las culturas indígenas es el apego y cercanía a la
madre tierra. Amáis la tierra y queréis permanecer en contacto con la naturaleza.
Uno mi voz a la de cuantos demandan la puesta en acto de estrategias y medios
eficaces para proteger y conservar la naturaleza creada por Dios. El respeto
debido al medio ambiente ha de ser siempre tutelado por encima de intereses
exclusivamente económicos o de la abusiva explotación de recursos en tierras y
mares. Entre los problemas que aquejan a muchas de las comunidades indígenas
están los relacionados con la tenencia de la tierra. Me consta que los Pastores
de la Iglesia,
desde las exigencias del Evangelio y en consonancia con el magisterio social,
no han dejado de apoyar vuestros legítimos derechos favoreciendo adecuadas
reformas agrarias y exhortando a la solidaridad como camino que conduce a la
justicia.
Documento de
Aparecida (2007):
Los indígenas y
afroamericanos emergen ahora en la sociedad y en la Iglesia. Éste es un
“kairós” para profundizar el encuentro de la Iglesia con estos sectores humanos que reclaman
el reconocimiento pleno de sus derechos individuales y colectivos, ser tomados
en cuenta en la catolicidad con su cosmovisión, sus valores y sus identidades
particulares, para vivir un nuevo Pentecostés eclesial (No. 91).
Como Iglesia, que
asume la causa de los pobres, alentamos la participación de los indígenas y
afroamericanos en la vida eclesial (No. 94).
Documento
de Puebla (1979):
Otra
tarea consiste en atender a situaciones más necesitadas de evangelización.
Situaciones permanentes: nuestros indígenas habitualmente marginados de los
bienes de la sociedad y en algunos casos o no evangelizados o evangelizados en
forma insuficiente (Nos. 364-365).
Para desarrollar su acción evangelizadora con realismo, la Iglesia ha de conocer la
cultura de América Latina (No. 397). América Latina tiene su origen en el
encuentro de la raza hispano-lusitana con las culturas precolombinas y las
africanas. El mestizaje racial y cultural ha marcado fundamentalmente este
proceso y su dinámica indica que lo seguirá marcando en el futuro (No. 409).
Este hecho no puede hacernos desconocer la persistencia de diversas culturas
indígenas o afro-americanas en estado puro y la existencia de grupos con
diversos grados de integración nacional (No. 410).
Tareas y desafíos: Atender pastoralmente la
piedad popular, campesina e indígena, para que, según su identidad y
desarrollo, crezcan y se renueven con los contenidos del Concilio Vaticano II.
Así se prepararán mejor para el cambio cultural generalizado (No. 464).
Celebrar la fe en la
Liturgia con expresiones culturales según una sana
creatividad. Promover adaptaciones adecuadas, de manera particular a los grupos
étnicos; pero con el cuidado de que la Liturgia no sea instrumentalizada para fines
ajenos a su naturaleza (No. 940).
Juan Pablo II, Discurso a los
indígenas en Quetzaltenango, Guatemala (9 marzo 1983):
Esta
es la Buena Nueva
que os anuncio; Buena Nueva que vosotros, con corazón sencillo y abierto,
habéis acogido, aceptando la fe en Jesús nuestro Redentor y Señor. Cristo es el
único capaz de romper las cadenas del pecado y sus consecuencias que
esclavizan. Cristo os da la luz del Espíritu, para que veáis los caminos de
superación que debéis recorrer, para que vuestra situación sea cada vez más
digna, como plenamente merecéis. Cristo ayuda a superar las dificultades, os
consuela y apoya. El os enseña a ayudaros unos a otros para poder ser los
primeros artífices de vuestra elevación. Cristo hace que todos aceptemos que
sois raza bendecida por Dios; que todos los hombres tenemos la misma dignidad y
valor ante El; que todos somos hijos del Padre que está en el cielo; que nadie
debe despreciar o maltratar a otro hombre, porque Dios le castigará; que todos
debemos ayudar al otro, en primer lugar al más abandonado.
Juan
Pablo II, Discurso a los representantes de los pueblos amerindios, en Santo
Domingo, República Dominicana (12 octubre 1992):
Hace
ahora 500 años el Evangelio de Jesucristo llegó a vuestros pueblos. Pero ya
antes, y sin que acaso lo sospecharan, el Dios vivo y verdadero estaba presente
iluminando sus caminos. El apóstol san Juan nos dice que el Verbo, el Hijo de
Dios, “es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que llega a este mundo”
(Jn 1,9). En efecto, las semillas del Verbo estaban ya presentes y alumbraban
el corazón de vuestros antepasados para que fueran descubriendo las huellas del
Dios Creador en todas sus criaturas: el sol, la luna, la madre tierra, los
volcanes y las selvas, las lagunas y los ríos. Pero, a la luz de la Buena Nueva, ellos
descubrieron que todas aquellas maravillas de la creación no eran sino un
pálido reflejo de su Autor y que la persona humana, por ser imagen y semejanza
del Creador, es muy superior al mundo material y está llamada a un destino
trascendente y eterno.
Todo
esto, que los Padres de la
Iglesia llaman las semillas del Verbo, fue purificado,
profundizado y completado por el mensaje cristiano, que proclama la fraternidad
universal y defiende la justicia. Jesús llamó bienaventurados a los que tienen
sed de la justicia. ¿Qué otro motivo sino la predicación de los ideales
evangélicos movió a tantos misioneros a denunciar los atropellos cometidos
contra los indios en la época de la conquista?
Acerca
del puesto que os corresponde en la
Iglesia exhorto a todos a fomentar aquellas iniciativas
pastorales que favorezcan una mayor integración y participación de las
comunidades indígenas en la vida eclesial. Para ello, habrá que hacer un
renovado esfuerzo en lo que se refiere a la inculturación del Evangelio, pues
una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, ni totalmente
pensada, ni fielmente vivida.
Documento
de Aparecida (2007):
El Evangelio llegó
a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y
culturas. Las “semillas del Verbo”,
presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros hermanos indígenas
encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas: “Cristo era el Salvador que anhelaban
silenciosamente”. La visitación de Nuestra Señora de Guadalupe fue
acontecimiento decisivo para el anuncio y reconocimiento de su Hijo, pedagogía
y signo de inculturación de la fe, manifestación y renovado ímpetu misionero de
propagación del Evangelio (No. 4).
Vemos con esperanza
el proceso de inculturación discernido a la luz del Magisterio. Es prioritario
hacer traducciones católicas de la
Biblia y de los textos litúrgicos a sus idiomas (No. 94).
Los esfuerzos pastorales orientados hacia el
encuentro con Jesucristo vivo han dado y siguen dando frutos. Entre otros,
destacamos los siguientes: Se han hecho algunos esfuerzos por inculturar la
liturgia en los pueblos indígenas y afroamericanos (No. 99 b).
Nuestro servicio
pastoral a la vida plena de los pueblos indígenas exige anunciar a Jesucristo y
la Buena Nueva
del Reino de Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de
muerte, la violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo
intercultural, interreligioso y ecuménico. Jesucristo es la plenitud de la
revelación para todos los pueblos y el centro fundamental de referencia para
discernir los valores y las deficiencias de todas las culturas, incluidas las
indígenas. Por ello, el mayor tesoro que les podemos ofrecer es que lleguen al
encuentro con Jesucristo resucitado, nuestro Salvador. Los indígenas que ya han
recibido el Evangelio están llamados, como discípulos y misioneros de
Jesucristo, a vivir con inmenso gozo su realidad cristiana, a dar razón de su
fe en medio de sus comunidades y a colaborar activamente para que ningún pueblo
indígena de América Latina reniegue de su fe cristiana, sino que, por el
contrario, sientan que en Cristo encuentran el sentido pleno de su existencia
(No. 95).
Como discípulos de
Jesucristo, encarnado en la vida de todos los pueblos descubrimos y reconocemos
desde la fe las “semillas del Verbo”
presentes en las tradiciones y culturas de los pueblos indígenas de América
Latina. De ellos valoramos su profundo aprecio comunitario por la vida,
presente en toda la creación, en la existencia cotidiana y en la milenaria
experiencia religiosa, que dinamiza sus culturas, la que llega a su plenitud en
la revelación del verdadero rostro de Dios por Jesucristo (No. 529).
La Iglesia estará atenta ante
los intentos de desarraigar la fe católica de las comunidades indígenas, con lo
cual se las dejaría en situación de indefensión y confusión ante los embates de
las ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que atentaría contra el bien
de las mismas comunidades (No. 531).
Quédate, Señor, con
aquellos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres
y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado
espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su
identidad… ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y
misioneros! (No. 554).
Juan Pablo II, Discurso a los
indígenas en Quetzaltenango, Guatemala (9 marzo 1983):
La
Iglesia os presenta el mensaje salvador de Cristo, en actitud
de profundo respeto y amor. Ella es bien consciente de que cuando anuncia el
Evangelio, debe encarnarse en los pueblos que acogen la fe y asumir sus
culturas. La obra evangelizadora no destruye, sino que se encarna en vuestros
valores, los consolida y fortalece. Hace crecer las semillas esparcidas por el
Verbo de Dios, que antes de hacerse carne para salvarlo todo y recapitularlo
todo en El, estaba en el mundo como luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Esto, sin embargo, no impide que la
Iglesia, fiel a la universalidad de su misión, anuncie a
Jesucristo e invite a todas las razas y a todos los pueblos a aceptar su
mensaje. Así, con la evangelización, la Iglesia renueva las culturas, combate los errores,
purifica y eleva la moral de los pueblos, fecunda las tradiciones, las
consolida y restaura en Cristo.
La Iglesia no sólo respeta y
evangeliza los pueblos y las culturas, sino que ha sido defensora de los
auténticos valores culturales de cada grupo étnico. También en este momento la Iglesia conoce, queridos
hijos, la marginación que sufrís; las injusticias que soportáis; las serias
dificultades que tenéis para defender vuestras tierras y vuestros derechos; la
frecuente falta de respeto hacia vuestras costumbres y tradiciones. Por ello,
al cumplir su tarea evangelizadora, ella quiere estar cerca de vosotros y
elevar su voz de condena cuando se viole vuestra dignidad de seres humanos e
hijos de Dios; quiere acompañaros pacíficamente como lo exige el Evangelio,
pero con decisión y energía, en el logro del reconocimiento y promoción de
vuestra dignidad y de vuestros derechos como personas.
Ruego con
encarecimiento que no se os dificulte la libre práctica de vuestra fe
cristiana; que nadie pretenda confundir nunca más auténtica evangelización con
subversión, y que los ministros del culto puedan ejercer su misión con
seguridad y sin trabas. Y vosotros no os dejéis instrumentalizar por ideologías
que os incitan a la violencia y a la muerte.
Juan
Pablo II, Discurso a los autóctonos de Canadá, en Fort Simpson (20 septiembre
1987):
Cuando
por primera vez fue proclamada la fe entre los nativos de esta tierra, las
valiosas tradiciones de las tribus indias se vigorizaban y enriquecían con el
mensaje evangélico. (Vuestros antepasados) sabían por instinto que el
Evangelio, lejos de destruir sus valores y costumbres auténticos, tenía poder
de purificar y sublimar la herencia cultural que habían recibido... De este
modo, no sólo el cristianismo es importante para los pueblos indios, sino que Cristo mismo es indio en los miembros de su
Cuerpo.
Benedicto XVI,
Discurso a los Nuncios Apostólicos de los países de América Latina (17 febrero
2007):
El papel histórico, espiritual, cultural y
social que ha desempeñado la
Iglesia católica en América Latina sigue siendo primario,
también gracias a la feliz fusión entre la antigua y rica sensibilidad de los
pueblos indígenas con el cristianismo y con la cultura moderna. Como sabemos,
algunos ambientes afirman un contraste entre la riqueza y profundidad de las
culturas precolombinas y la fe cristiana, presentada como una imposición
exterior o una alienación para los pueblos de América Latina. En verdad, el encuentro
entre estas culturas y la fe en Cristo fue una respuesta interiormente esperada
por esas culturas. Por tanto, no hay que renegar de ese encuentro, sino que se
ha de profundizar: ha creado la verdadera identidad de los pueblos de América
Latina.
Juan Pablo II, Discurso a los
representantes de los pueblos amerindios, en Santo Domingo, República
Dominicana (12 octubre 1992):
Os
aliento a un renovado empeño a ser también protagonistas de vuestra propia
elevación espiritual y humana mediante el trabajo digno y constante, la
fidelidad a vuestras mejores tradiciones, la práctica de las virtudes. La fe
agrandará vuestro corazón para que quepan en él todos vuestros conciudadanos. Y
esa misma fe llevará a los demás a amaros, a respetar vuestra idiosincrasia y a
unirse con vosotros en la construcción de un futuro en el que todos sean parte
activa y responsable, como corresponde a la dignidad cristiana.
Documento de Santo
Domingo (1992):
Para una auténtica promoción humana, la Iglesia quiere apoyar los
esfuerzos que hacen estos pueblos para ser reconocidos como tales por las leyes
nacionales e internacionales, con pleno derecho a la tierra, a sus propias
organizaciones y vivencias culturales, a fin de garantizar el derecho que
tienen de vivir de acuerdo con su identidad, con su propia lengua y sus
costumbres ancestrales, y de relacionarse con plena igualdad con todos los
pueblos de la tierra. Por tanto, asumimos los siguientes compromisos:
- Superar la mentalidad y la praxis del
desarrollo inducido desde fuera, a favor del autodesarrollo a fin de que estos
pueblos sean artífices de su propio destino.
- Contribuir eficazmente a frenar y erradicar
las políticas tendientes a hacer desaparecer las culturas autóctonas como
medios de forzada integración; o por el contrario, políticas que quieran
mantener a los indígenas aislados y marginados de la realidad nacional.
- Impulsar la plena vigencia de los derechos
humanos de los indígenas y afroamericanos, incluyendo la legítima defensa de
sus tierras.
- Revisar a fondo nuestros sistemas
educacionales, para eliminar definitivamente todo aspecto discriminatorio en
cuanto a métodos educativos, volumen e inversión de recursos.
- Hacer
lo posible para que se garantice a los indígenas y afroamericanos una educación
adecuada a sus respectivas culturas, incluso con la alfabetización bilingüe” (251).
Documento de
Aparecida (2007):
En algunos casos,
permanece una mentalidad y una cierta mirada de menor respeto acerca de los
indígenas y afroamericanos. De modo que, descolonizar las mentes, el
conocimiento, recuperar la memoria histórica, fortalecer espacios y relaciones
interculturales, son condiciones para la afirmación de la plena ciudadanía de
estos pueblos (No. 96).
En esta hora de
América Latina y El Caribe, urge escuchar el clamor, tantas veces silenciado,
de mujeres que son sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia en
todas sus formas y en todas las etapas de sus vidas. Entre ellas, las mujeres
pobres, indígenas y afroamericanas han sufrido una doble marginación. Urge que
todas las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar,
cultural, social y económica, creando espacios y estructuras que favorezcan una
mayor inclusión (No. 454).
Juan
Pablo II, Discurso a los representantes de los pueblos amerindios, en Santo
Domingo, República Dominicana (12 octubre 1992):
Se
trata, en definitiva, de conseguir que los católicos indígenas se conviertan en
los protagonistas de su propia promoción y evangelización. Y ello, en todos los
terrenos, incluidos los diversos ministerios. ¡Qué inmenso gozo el día en que
vuestras comunidades puedan estar servidas por misioneros y misioneras, por
sacerdotes y obispos que hayan salido de vuestras propias familias y os guíen
en la adoración a Dios en espíritu y en verdad!
Juan Pablo
II, Exhortación Postsinodal “Ecclesia in America” (22 enero 1999):
Una
atención particular se debe dar a las vocaciones nacidas entre los indígenas;
conviene proporcionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos
candidatos al sacerdocio, mientras reciben la adecuada formación teológica y
espiritual para su futuro ministerio, no deben perder las raíces de su propia
cultura (No. 40).
Si la Iglesia
en América, fiel al Evangelio de Cristo, desea recorrer el camino de la
solidaridad, debe dedicar una especial atención a aquellas etnias que todavía
hoy son objeto de discriminaciones injustas. En efecto, hay que erradicar todo
intento de marginación contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en
primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con
ellos; igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales,
sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad de reconciliación
entre los pueblos indígenas y las sociedades en las que viven… Para lograr
estos objetivos, es indispensable formar agentes pastorales competentes, capaces
de usar métodos ya inculturados legítimamente en la catequesis y en la
liturgia. Así también, se conseguirá mejor un número adecuado de pastores que
desarrollen sus actividades entre los indígenas, si se promueven las vocaciones
al sacerdocio y a la vida consagrada entre dichos pueblos (No. 64).
Documento de
Aparecida (2007):
Se
necesita promover más las vocaciones y los ministerios ordenados procedentes de
estas culturas (No. 94).
Los jóvenes
provenientes de familias pobres o de grupos indígenas requieren una formación
inculturada, es decir, deben recibir la adecuada formación teológica y
espiritual para su futuro ministerio, sin que ello les haga perder sus raíces
y, de esta forma, puedan ser evangelizadores cercanos a sus pueblos y culturas
(No. 325).
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